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Un dado es arrojado
por las veredas.
Quebradas también
de ser arrojadas
a tus pies.
Vueltas y vueltas:
seis tres uno cinco.
Vuelve a lanzar
la huella sobre
el pavimento
y el dado
dando esperanzas
a un ludópata.
"Cierra:
las puertas y los ataúdes,
deja:
que el polvo se vuelva polvo,
sóplalo:
de manera atrevida
en los ojos aquellos
y fertiliza las mentes
con mis huesos aniquilados.
Derrama mi sangre
sobre el lacre.
Sella cartas azules
con tu poder.
Tu poder absoluto
de oro y robo.
Llámalos ovejas
Llámalos rebaño.
Así te creerán
Así nos creerán."
CRaSTiaN MoReNo.
Se le pierde de vista
la línea
al maquinista ferroviario.
En la curva del Maquehua
se refugia tu pena.
Sabes bien
que no te verán
y será también
como en el agua
una raya.
El acero contra el acero
enfrentados hasta el fuego
avanzan y lo sientes
como bufanda de hielo.
¿Cerraste los ojos?
¿Recordaste?
¿Volviste?
¿Lo harás?
Llora la bocina
de aguda a grave.
Muerde el viento
norte de la lluvia.
CRaSTiaN MoReNo.
En el tiempo limitado de los días,
comprendo a veces el deseo
desde la soledad templada.
En el sendero escabroso y pesadillesco
del subconsciente incontrolable,
deseo verte otra vez.
Para matarte,
otra vez,
de una vez.
En el austral sitio
de nuestra eterna dificultad
para ser.
En los calurosos
rincones del infierno,
donde se nos va la respiración.
En el desolado paisaje
donde permanecen los recuerdos
plasmados como herrumbre
entre los hierros torcidos
y desnudos del hormigón armado,
desarmado ahora,
tras el tiempo limitado
de los días insondables,
pertenecientes al recuerdo
tan extenso e intenso,
como aquel:
"deseo verte otra vez"
CRaSTiaN MoReNo.